Juánide & Panegírico de Justino II by Flavio Cresconio Coripo

Juánide & Panegírico de Justino II by Flavio Cresconio Coripo

autor:Flavio Cresconio Coripo [Coripo, Flavio Cresconio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1997-01-01T00:00:00+00:00


Los romanos capturan a varios moros; Cecílides los lleva ante el general y le da cuenta de su misión

El soldado, impetuoso en el combate, ya había perseguido a las formaciones fugitivas por los campos y dispersaba las bandas de guerreros, derribándolas por la hierba con su espada 455 caliente. El tribuno mismo, sin embargo, desprecia y desdeña el derribar a los hombres en una matanza, empeñándose, por el contrario, en cogerlos vivos, corría de un lado a otro en su veloz caballo y, blandiendo su pica, precipitaba sus enormes cuerpos tras haber golpeado sus miembros. 460 Cogiendo a cuatro moros escogidos de la formación, los ató y ligó fuertemente sus brazos, rodeándolos con nudos y los salvó para que contaran al noble general sus secretos y los dieran a conocer con sus propias lenguas. A Varinno cogió con 465 fuerza por los cabellos y lo suspendió de su caballo. El desgraciado nasamón tembló y quedó colgando de su diestra. Soltándolo en seguida, el tribuno lo tendió en el suelo y rápidamente se sentó sobre el fiero pecho desmontando con agilidad y, tras entrelazar sus brazos, anudó por sus dos manos ásperas ataduras. 470 Desde aquí es conducido el cruel Varinno, vencido, con las manos atadas a la espalda, junto con sus compañeros y permaneció ante los pies del general con expresión tranquila. Entonces acude corriendo hacia él toda la multitud romana con afán de verlo y los jefes masilas deseosos de conocer los asuntos y 475 si es clara su lealtad. Tras haberse ordenado hablar al victorioso Cecílides, dice así: «Cumpliendo tus duras órdenes, el más noble de los generales, corrí luchando con Cristo entre los enemigos y vi el funesto campamento que establecieron los guerreros en los desdichados campos de Yunci. Al entrar en la temerosa ciudad, me compadecí de las guerras que la rodeaban. 480 Allí, sin embargo, vi grandes milagros, pues los edificios no se extienden rodeados por muralla alguna, sino que están fortificados por la protección divina. No defienden con torres los altos pináculos de alado techo. Un obispo[216] tranquiliza a los 485 pueblos con el poder de su palabra; así prepara sus rudos espíritus con la gracia divina —él puede apaciguar con sus consejos a los feroces leones y aplacar a las fieras. Los corazones de los lobos se ablandan y no lastiman a los tiernos corderos con ávidos mordiscos— y los exhorta al mismo tiempo; tú, si vinieras, ordenarías confiado que se apresurara a acompañarnos a una batalla victoriosa para el Imperio romano. Y no pone fin a 490 sus lágrimas al rezar por tus hombres, tus armas y las fuerzas latinas, rogando continuamente que el Todopoderoso aplaste a nuestros enemigos y humille a los soberbios con su poder. Yo, al marcharme, capturé a estos rebeldes con excesivo esfuerzo 495 para que te revelen todos los secretos de su malvada tribu y te informen punto por punto sobre su intención».



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